Roma cargó a Matías en sus brazos, el corazón, latiéndole con violencia mientras suplicaba que lo llevaran al hospital.
Pero la ambulancia no llegaba.
Giancarlo, con el rostro tenso y las manos temblorosas, decidió no esperar más.
—Suban al auto, ya.
Los niños, asustados, obedecieron sin chistar.
Roma, con Matías en sus brazos, sintió que el tiempo se desdibujaba en la velocidad con la que Giancarlo cruzaba las calles.
Su mente estaba nublada por el terror.
Al llegar al hospital, el personal los recibió de inmediato. Roma no soltó al niño hasta que el médico lo tomó con delicadeza y lo colocó en la camilla.
Su corazón se quebraba al verlo tan frágil, le recordaba a su Benjamín, y el dolor que ambos enfrentaron.
El doctor lo examinó con detenimiento, su ceño fruncido revelaba preocupación.
—El pequeño tuvo un ataque de pánico, y se intensificó por su asma —informó, levantando la vista hacia ellos—. ¿Saben si algo pudo haberlo provocado?
Roma y Giancarlo intercambiaron miradas. Estaban p