Cinco años después…
Alonzo Wang yacía en esa cama blanca, la luz tenue iluminaba su rostro demacrado.
El hombre, agotado, luchaba contra una enfermedad autoinmune que le había sido diagnosticada después de la parálisis que había sufrido.
A pesar de haber tenido acceso a los mejores médicos y enfermeras, su cuerpo ya no respondía, y en medio de un dolor físico que parecía consumirlo, sabía que no había nada más que hacer.
Miró a la enfermera que lo había cuidado durante los últimos tres años. Ella estaba ahí, tan serena y profesional, pero sus ojos reflejaban una tristeza contenida.
—¿Enviaste él… correo? —preguntó Alonzo con voz débil, casi quebrada.
—Sí, señor Wang —respondió ella con suavidad—. El correo fue enviado a Roma Savelli, tal como usted me lo dictó.
Alonzo sonrió levemente, aunque su expresión reflejaba una tristeza profunda, casi como si hubiera hecho todo lo posible, pero ahora, lo único que quedaba era la calma de saber que ya nada podía cambiar.
—¿Es feliz? —preguntó él