Beth descansaba en la tranquilidad de su hogar, acariciando suavemente su vientre mientras sentía las pataditas de su bebé.
Para ella, el embarazo había llegado como un milagro inesperado. Durante tanto tiempo había temido que la vida pudiera terminar en cualquier instante, que el destino la condenara a una existencia llena de penurias, pero ahora, con su salud mejorando día a día, la esperanza se abría paso en su interior.
«Mi bebé, mamá, estará contigo, y tu vida será diferente. Papá y yo haremos todo lo posible para brindarte un futuro lleno de amor y oportunidades», murmuró con ternura, imaginando el mundo que estaban construyendo.
Cuando Mateo llegó a casa, la abrazó con una fuerza que parecía querer fundir el pasado y el presente. Besó su frente con delicadeza y, mirándola a los ojos, le dijo:
—Te amo. ¿Cómo te sientes hoy?
Beth esbozó una sonrisa sincera y asintió con la cabeza.
—Estoy bien, mi amor. Muy emocionada… pronto seré mamá.
En ese instante, se acurrucaron juntos, y e