Catalina estaba harta del pelotero insesante de las mujeres que la rodeaban, se despidió del grupo lo más cordialmente posible e intentó acercarse a la mesa donde Sander bebía solo, con expresión miserable en su rostro.
Sin embargo, una alto y robusto hombre se atravesó en su camino.
— La he estado observando toda la noche, signorina. No creo que nos hayan presentado y creo que usted no se ha fijado en mí.
–Sí que me he fijado en usted –replicó al tiempo que se volvía de nuevo y fingía una sonrisa.— como mismo me he fijado que no le pierde pie ni pisada a los movimientos de mi esposo. ¿Es usted su socio de negro, o un rival?
– Vaya...— Susurró él, sorprendido. — Y yo que creí haber obtenido a la mejor de las hermanas D'mario. Veo que me equivoqué.
Catalina dió un paso atrás, tratando en seco.
— Entonces, ¿es usted Paolo Valisari? ¿Es usted el esposo de mi hermana Cecilia?
Él sonrió fríamente, y Catalina sintió miedo.
— Por lo visto no es necesario que me presente. Al parecer tu mari