49. Aelina se salva
—Regrésale la moneda que ella te dio. Ahora —ordenó el Rey Lobo, su voz grave y lupina cortando el agradable ambiente como una daga afilada.
El niño, con los ojos abiertos de par en par por el miedo, no dudó ni un segundo. Devolvió la moneda a Aelina con manos temblorosas y luego salió corriendo, sus pequeños pasos resonando en la calle ajetreada. La muchacha se quedó paralizada, con el rostro lleno de frustración y un deje de rabia.
—¿Pero, por qué? —exclamó Aelina, su ceño fruncido y sus manos apretadas con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos—. ¿Por qué no me dejaste ayudarlo?
Valdimir la miró de reojo, mientras una expresión seria e impenetrable se mostraba en su rostro de lobo. El viento agitaba su pelaje oscuro mientras respondía:
—Eres la Reina ahora, Aelina. Tu posición exige distancia. No puedes ayudar a todo el que se te cruza en tu camino, y menos con un truco tan barato como ese. El mocoso lo hizo apropósito, ¿no te das cuenta?
Las palabras de Valdimir golpearo