Hilaria, al ver a Bernardo con la cabeza envuelta en vendas, corrió hacia él alarmada:
—¡Primo! ¿Estás bien?
El rostro de Bernardo estaba tan pálido que parecía hecho de cera, sin una gota de color.
Su apariencia lastimera tenía un punto ridículo, casi cómico.
Pero ni Hilaria ni Blanca pudieron encontrarle la gracia.
Blanca apretó los dientes con furia:
—¡Te lo advertí, ¿no?! ¡Te dije que te alejaras de Esteban! ¿Por qué demonios fuiste a provocarlo?
Bernardo apenas podía soportar el dolor; hacía muecas de sufrimiento mientras deseaba que el médico le pusiera otra inyección de anestesia.
En el momento del ataque, el terror lo había dejado insensible.
Pero ahora, tras las suturas y con la anestesia perdiendo efecto, el dolor se volvía cada vez más insoportable.
Tenía la muñeca fracturada por una pisada de Esteban. Necesitaría meses para recuperarse del todo.
—¡Yo no lo provoqué! —gimió Bernardo, al borde de las lágrimas—. ¡Ese tipo está loco! ¡Me atacó sin razón, quería matarme!
Blanca