Serena miró a su alrededor y preguntó a Esteban con curiosidad:
— ¿Este hospital solo atendía a miembros de la familia Ruiz? ¿No venía gente de fuera? — inquirió.
Esteban respondió con frialdad:
— Sí.
Mientras ambos caminaban, el Viejo Señor Ruiz aún dormía. Esteban entró a hablar con el médico, y Serena, aburrida, salió a tomar un poco de aire.
La familia Ruiz tenía una herencia tan profunda que se notaba en cada detalle. Los jardines del hospital estaban impecables; incluso en pleno verano, no había mosquitos, los árboles eran frondosos y las flores exquisitas.
Solo las diez o quince podocarpus que Serena vio tenían un valor superior al millón cada una, y ni hablar de las demás plantas raras.
Serena pensó que si un ladrón se robara esas plantas, se haría rico enseguida.
El mundo de los Ruiz era más ostentoso que cualquier entorno de jóvenes ricos que ella hubiera visto en su vida anterior. Nacer en esa familia explicaba por qué Esteban llevaba esa aura de líder casi innata.
De pront