Serena se desmaquilló rápidamente, se quitó el vestuario y los adornos del cabello, y tomó un taxi de regreso a la casa de la familia Ruiz. El tiempo le vino justo: tenía el margen perfecto para cambiarse de ropa.
Cuando bajó luciendo un vestido de cóctel elegante, Esteban ya la estaba esperando abajo. Vestía un traje negro de alta costura. Alto, de piernas largas y modales impecables, emanaba una elegancia natural que lo hacía parecer noble y lejano, incluso cuando sonreía con amabilidad. Era el tipo de hombre que uno sentía que no podía tocar.
Había que admitirlo: Esteban, unos años mayor que Lorenzo, poseía una presencia poderosa y un porte maduro que Lorenzo simplemente no podía igualar.
Serena se acercó a él y preguntó:
—¿Hay algo que deba tener en cuenta para esta cena benéfica?
Esteban la miró y dijo con calma:
—Deberías al menos pujar por algo.
Ya había notado que cada vez que Serena tenía dinero en el bolsillo, dejaba de tratarlo como a su jefe. Solo cuando se quedaba sin efe