A comienzos de cada mes, Flora siempre cambiaba su actitud con Serena, volviéndose especialmente dulce.
Serena la escuchaba por teléfono con el rostro helado, mientras Flora no paraba de llamarla "hermana" con una voz melosa.
Tras dar un largo rodeo, Flora soltó finalmente lo que de verdad quería decir:
—Hermana, ¿tienes algo de dinero ahora? Quiero comprar unas cositas... ¿Podrías prestarme quinientos mil dólares?
—No me llames hermana —respondió Serena con frialdad—. No nacimos de la misma madre.
Al otro lado de la línea, Flora guardó silencio unos segundos.
—¿Qué te pasa?
—Nada —contestó Serena sin expresión—. Solo que ya no quiero ser tu cajero automático. ¿Cuánto dinero me has pedido prestado antes? Ya es hora de que me lo devuelvas.
Flora estalló:
—¿Y tú crees que te casaste con Esteban por tus propios méritos? ¡Fue gracias a todo lo que mi familia invirtió en ti! Si no hubieras estado tú, la esposa de Esteban habría sido yo.
—Te equivocas —Serena soltó una risita sarcástica—. M