Lorenzo abrazaba a Cloris, pero sus ojos no dejaban de mirar fijamente a Serena:
—Serena, hiciste que Luisa no pidiera perdón. Ella no debía haberla agredido.
—Un perdón era imposible —respondió Serena, protegiendo a Luisa con su cuerpo—. Hay mujeres que tienen la lengua muy filosa; merecen un golpe. Es un milagro que esta gente siga viva.
Las compañeras de Cloris temblaron de ira:
—¡Tú...!
Serena sonrió con frialdad:
—No mencioné nombres, así que no os lo toméis a pecho.
El ambiente ya había llegado a un punto insostenible: no tenía sentido quedarse más tiempo. Serena se volvió hacia Luisa y Donato:
—Vámonos.
Donato, amigo tanto de Serena como de Lorenzo, dudó un instante, pero decidió acompañarla. Al pasar junto a Lorenzo, se detuvo:
—Lorenzo, me has defraudado mucho. Sabes perfectamente quién empezó todo.
Lorenzo observaba la espalda de Serena con mirada sombría. Fue el cumpleaños más desastroso de su vida y, desde que conoció a Serena, nunca había sido el primero en recibir un reg