Capítulo295
Después de vendarse las heridas, Leandro se cambió de ropa y se sentó en el sofá sin moverse.

Nadie sabía lo que pasaba por su cabeza, pero el silencio opresivo era aterrador. Estuvo sentado así desde el amanecer hasta el anochecer, sin luz en la habitación, sólo con un rayo de luna que le proyectaba un frío resplandor.

De repente, se levantó y se dirigió hacia la puerta.

Entonces se dio cuenta de que había alguien arrodillado enfrente.

Sus profundos ojos lanzaron una fría mirada a aquella persona, y la apartó de un puntapié.

—Leandro. —Dalila gritó y se abrazó a sus piernas—. Sé que estás resentido conmigo, y no me atrevo a pedirte perdón. Quizá, desde el principio, no debí enamorarme de ti. Pero te amo tanto que no podía verte caer sin hacer nada.

—¡Suéltame! —dijo Leandro.

Su voz era fría, e incluso tenía una pizca de hostilidad.

Pero Dalila no lo iba a soltar tan fácilmente.

Su plan original estaba bien pensado. Nunca esperó que Leandro enloqueciera con ella por esto, ¡y mucho meno
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