Miguel levanta la cabeza, sus ojos escanean el bosque una vez más. El sol comienza a elevarse en el horizonte, proyectando una luz dorada sobre los árboles. Pero para Miguel, no hay alivio en la belleza del amanecer. Todo lo que ve es un recordatorio de que ha pasado otra noche sin Sasha a su lado.
Cierra los ojos por un momento, intentando concentrarse, tratando de sentir el vínculo con ella. Es débil, como una línea fina a punto de romperse. Pero sigue ahí, y se aferra a ella, porque si aún existe, significa que ella sigue viva.
Vuelve a correr, forzando sus músculos más allá de sus límites.
Las horas pasan, y Miguel sigue corriendo. Ignora el dolor en sus patas, el cansancio que amenaza con derribarlo. Lo único que importa es Sasha. No se detendrá hasta encontrarla.
Mientras corre, destellos de recuerdos cruzan su mente: la