Miguel sale del baño, con la toalla aún en sus manos mientras se seca el cabello mojado. El vapor denso que escapa por la puerta abierta lleva el calor de su baño, pero nada en el ambiente es tan ardiente como la visión que lo espera en la guarida.
Se detiene de inmediato, sus ojos clavados en la cama. Sasha está allí, recostada como una imagen cuidadosamente diseñada para provocar cada uno de sus instintos. Su piel brilla bajo la suave luz de la lámpara, las sombras de la habitación acentuando las curvas de su cuerpo de una manera casi hipnótica. Su largo cabello negro está estratégicamente esparcido sobre su busto, ocultando los pezones pero dejando espacio a la imaginación.
Miguel arquea una ceja al reconocer la lencería que una vez ella se negó a comprar. Él mismo la había adquirido y la había colocado entre sus cosas hacía casi dos años. Verla ahora, luciendo ese regalo que sabía que sería perfecto, hace que su corazón se acelere.
— Perfecta. Incluso mejor de lo que imaginé — la