Sasha inspira hondo, intentando desesperadamente mantener la calma, pero el peso de la situación la asfixia. Sus ojos recorren la vasta e irregular cueva, capturando cada detalle. Las paredes rocosas están cubiertas con dibujos perturbadores hechos con sangre fresca, que gotea lentamente en hilos viscosos hacia abajo. La visión es nauseabunda, pero se obliga a enfocarse, a analizarlos.
Entre los dibujos, reconoce algunos de los símbolos que ha visto antes en uno de los libros de romance que Mariana le dio cuando era más joven, sobre el amor entre un cazador y una bruja blanca. La cruz ansada, el heptagrama y el nudo celta destacan en medio del caos. Sin embargo, los demás garabatos le son desconocidos: líneas torcidas y figuras distorsionadas que parecen vibrar con una energía opresiva.
En el suelo y en las paredes, velas de diferentes tamaños están esparcidas por todas partes. Sus llamas parpadean,