ETHAN GARDER
El sonido de teclas aporreándose y cafés enfriándose llenaba la oficina como una sinfonía improductiva.
—¿Sabes qué me estresa de ti, Oliver? —le dije sin mirar, mientras acomodaba los pies sobre mi escritorio—. Que te tomes tan en serio tu trabajo. Debes divertirte más.
—¿Sabes qué me estresa de ti, Ethan? —replicó sin inmutarse—. Que trabajes en calcetines con aguacates y aún así te paguen más que a mí.
—Son de la suerte —levanté un pie con orgullo—. Gracias a ellos no me han despedido… todavía.
Oliver soltó una risa nasal mientras seguía escribiendo en su laptop, como si estuviera resolviendo la paz mundial. Era uno de esos cerebritos que podía estar en diez lugares a la vez con solo mover los dedos. Un poco raro, un poco genial… un poco sospechoso también.
La puerta se abrió sin previo aviso. Y ahí estaba ella.
—¿Qué pasa, inútiles? —dijo Tiffany, mi encantadora y peligrosa hermana menor, cruzando la oficina con su habitual confianza de supermodelo.
—Tiff —gruñí, sin