ASHTON GARDNER
Apagué la última luz de la cocina y la besé como si no hubiera un mañana. La levanté y la senté en la encimera, metiéndome entre sus piernas. Besé su cuello mientras mis manos se deslizaban por sus muslos.
—He necesitado esto todo el día, Liss. No sabes las cosas sucias que mi mente creó durante este largo día pensando en ti.
Liss se pegó a mí en la oscuridad como si fuera su refugio, y yo... yo era un hombre con el alma en llamas solo por sentirla tan cerca.
Cruzó sus piernas alrededor de mis caderas, y juro que mi pantalón reventaría en cualquier momento. La deseaba tanto.
Los besos fueron escalando hasta dejarnos sin respiración y no aguanté más: rompí sus bragas y me hundí en ella, ahí mismo, en la oscuridad de la cocina.
—Liss… —gruñí mientras la sujetaba con fuerza para que no se moviera. Ella se entregó a mí con una pasión que me encantaba: sus besos, sus manos, sus gemidos ahogados.
Sentirla a mi alrededor mientras me hundía una y otra vez en ella era el paraíso