Capítulo 3:

Selene trago duro, reprimiendo el miedo que se filtraba a través de su piel mientras avanzaba por aquel hermoso castillo escoltada por el mismísimo Dimitri.

Muchos licántropos, miembros de aquella corte, se aproximaban a ella con ojos curiosos y deseosos, había un sentimiento común reunido en sus rostros. Algo que la hermosa cazadora no logro identificar.

—No te apartes de mí, conejita—susurro Dimitri en su dirección, mientras tomaba la mano de ella—. Solo yo tengo permitido comerte.

Selene arrugo el ceño, mientras continuaba caminando detrás del lobo. No se atrevió a decir una sola palabra en su dirección, no con toda la manada allí reunida, asediando cada uno de sus movimientos.

Precedidos por los lobos, Dimitri guio a Selene a un enorme salón, en cuyo centro se encontraba el trono del alfa. Sin demasiadas vueltas, el tomo lugar allí, empujando un segundo mas tarde a la cazadora sobre su regazo.

Las mejillas de la hermosa mujer ardieron ante la vergüenza, mientras Dimitri rodeaba su cintura con ambas manos, evitando que ella se alejara.

—Suéltame, Dimitri—gruño ella entre dientes, en un tono tan bajo que solo el lobo debajo de ella podía escuchar.

—Si sigues moviéndote de ese modo, no podre ser fiel a mi palabra de no tomarte—respondió Dimitri contra su oído, mientras presionando su pelvis contra el trasero de ella para dar énfasis de lo que sus movimientos habían despertado.

Al instante, la cazadora detuvo sus movimientos, mientras el calor la abrumaba y su boca se ponía totalmente seca.

Dimitri rio de forma oscura contra su oído, mientras acariciaba el muslo expuesto de Selene, de manera descarada y provocativa, incitándola a volver a moverse.

La cazadora reprimió el escalofrío de placer que recorrió su cuerpo, mientras volvía a clavar su mirada en el frente, posándola en el rostro de los lobos de aquella corte.

El asombro, la sorpresa y el repudio se alzaban de manera unísona en cada una de los rostros que le devolvían la mirada. Pero uno de ellos, el de un anciano parecía destacar por encima de los demás.

—¡Esto es una vergüenza, Dimitri!—grito el anciano, avanzando hacia el centro de la sala, haciendo que el murmullo del salón se silenciara—. ¡Trajiste a esa… esa zorra al castillo!

Dimitri no dijo una sola palabra, simplemente sonrió de manera extasiada, mientras volvía los toques hacia Selene más íntimos pero expuestos a la vista de todos. El anciano, quien capto aquello, puso una expresión de profundo asco en su mirada.

Sin embargo, la cazadora sintió profundo rechazo hacia aquel anciano, quien la observaba con tal nivel de repudio que no pudo evitar tragar sus palabras.

—Esta zorra tiene nombre, viejo—escupió ella clavando su mirada en el rostro de el—, y es Selene.

El anciano reprimió un escalofrío de rabia, mientras exponía sus dientes hacia ella, en una amenaza clara de muerte. Selene se sintió inclinada a responder a aquel ataque, de tener sus armas cerca ella habría saltado al combate sin pensarlo dos veces.

Pero fue Dimitri quien respondió, mientras apretaba el muslo de la cazadora en un gesto de felicitaciones por su respuesta tan audaz.

—Y será mejor que recuerdes su nombre, Víctor, porque será el nombre de tu futura reina—canturreo Dimitri.

El rostro del anciano llamado Víctor se puso tenso y pálido, mientras observaba a Dimitri como si hubiera perdido el buen juicio. La manada de lobos allí reunidos comenzó a murmurar en tono bajo y tenso, mientras observaban a Selene con total asombro.

Dimitri se puso de pie, haciendo que la cazadora siguiera sus movimientos, y con un pequeño empujón en su trasero, la invito a apartarse de allí, ubicándola unos pasos junto al trono.

Aquello iba a desencadenar en un posible combate, y Dimitri no quería que ella estuviera en el medio.

—¡¿Estás demente?!—escupió Víctor—¡Es una cazadora! Muchos de nosotros reconocemos su rostro, ella le arrebato la vida a varios de nuestros seres queridos.

La corte estallo en gritos de repudio y rabia, mientras todos pedían con gran fervor la expulsión de Selene del castillo, argumentando que Dimitri estaba loco.

Entre los gritos de la muchedumbre y la atención de toda puesta de el alfa, Selene retrocedió un par de pasos, preparada para tomar la primera oportunidad que se le presentara para escapar, huir del castillo. Y la encontró cuando el anciano Víctor se aproximo al trono, dispuesto a increpar al alfa.

Fue entonces cuando la cazadora puso en funcionamiento toda su habilidad para escapar. Escabulléndose e intentando pasar desapercibida, Selene salió de la sala del trono, sintiendo como su corazón se detenía en cada paso que daba.

Cuando finalmente estuvo fuera de la vista de todos los presentes, Selene comenzó a correr por los pasillos laberinticos del castillo, intentando advertir de una salida, pero conforme mas se adentraba en el castillo más desorientada se encontraba.

Por fortuna para ella, aquella zona se encontraba totalmente deshabitada, lo cual le permitió detenerse en un pasillo sin salida para recobrar el aire e intentar serenar su mente.

—¡Mierda! Necesito salir de aquí—dijo ella en voz alta, mientras se aproximaba a una ventana, sopesando la posibilidad de escapar por allí.

—En tu lugar no me atrevería a hacerlo—canturreo una voz masculina a sus espaldas—, estamos en un sexto piso. No creo que los humanos resistan una caída de esa magnitud.

Selene se volvió al instante en aquella dirección, reconociendo la voz del licántropo que se aproximaba a ella.

No era Dimitri quien estaba allí, sino su hermano menor, Castiel Blotch.

La cazadora se puso rígida al instante, mientras sus ojos verdes se fundían con el azul de la mirada de él.

—¿Y tú resistirás la caída? —respondió ella con los dientes apretados en su dirección. El odio y la rabia abriéndose paso en su interior mientras la herida de un viejo recuerdo destrozaba su frio corazón.

Castiel trago duro, mientras pasaba una mano por su lacio cabello rubio, retirándolo de su mirada.

—Hola, Selene—saludo el con tono sereno, pero estaba claro que estaba afectado—. ¿Viniste a matar a mi hermano?

—No. —dijo con autoridad la voz de Dimitri llegando desde la mitad del corredor, donde se encontraba firme, observando todo con total frialdad—. Ella vino aquí para convertirse en mi esposa.

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