La Orden se vislumbraba en el horizonte nocturno, imponente y silenciosa.
Los jóvenes descendieron del auto y uno a cada lado ayudaban a Adriana a avanzar. Con paso lento se dirigieron hacia los sótanos, donde se encontraban los laboratorios y el área médica. A medida que descendían, las instalaciones iban cambiando, pasando del concreto desnudo del que estaban hechas las paredes de los pisos superiores, a las blancas y asépticas del componente médico y de investigación de la organización.
Karan se adelantó para colocar su llave magnética en la puerta de vidrio y poder entrar a la sala de curas.
Todo estaba en silencio a aquella hora de la madrugada y, afortunadamente para los jóvenes, ningún cazador se encontraba recluido en la sala de observación, la cual se encontraba junto a la de curas.
Al verlos entrar casi arrastrando a Adriana, Celmira, la enfermera regordeta y diligente, los ayudó a trasladar a la muchacha herida a una camilla. Con ojos de espanto les preguntó:
—¿Pero qué