Escapando de un mal amor. Capítulo El amor no duele
Olivia y Samuel acudían casi todos los días al hospital, como un ritual sagrado.
Apenas cruzaban la puerta de la unidad neonatal, los ojos de Olivia se llenaban de lágrimas.
Allí estaba su hija, la pequeña Celeste, tan frágil como una flor recién brotada, tan pequeña que parecía imposible que estuviera viva… pero lo estaba. Y cada día que pasaba, su lucha por vivir le arrancaba un suspiro más de admiración.
Samuel observaba a Olivia con un nudo en la garganta.
Ella se sentaba junto a la incubadora, abría con delicadeza esa pequeña compuerta de plástico, y con una ternura casi sobrehumana, le daba de comer a la niña. Después la arrullaba, aunque Celeste estuviera dentro de la incubadora.
Le hablaba en voz baja, como si sus palabras pudieran envolverla en una manta de amor. A veces, Samuel se preguntaba si realmente lo hacían, porque en solo dos meses, Celeste empezó a mejorar.
Día tras día, ganó peso. Su piel se volvió más rosada, sus latidos más fuertes. Se volvía más fuerte. Más viva.