La sala quedó en silencio cuando la madre de Olivia habló, con la voz firme y el rostro helado.

—Es una lástima que elijas esto, Olivia —dijo con frialdad—. Íbamos a darte una oportunidad, pero veo que eres una malagradecida, prefieres a un criminal que destruyó tu vida, que te embarazó, prefieres una vida sucia, que ser la buena hija que criamos.

Las palabras, duras como cuchillas, se clavaron en el pecho de Olivia.

Su respiración tembló, y las lágrimas brotaron silenciosas por sus mejillas.

Miró a sus padres, esos dos rostros que tantas veces la habían mirado con orgullo y amor, ahora la veían con decepción, casi con desprecio. Pero ella no retrocedió. Se mantuvo firme.

—No quiero su oportunidad —murmuró con voz quebrada—. Mi hijo debe vivir, los amo, pero ahora amo más a mi hijo, no lo quiero dejar morir.

No hubo más que decir. Sus padres se dieron media vuelta, con el peso del juicio colgando en el aire.

La puerta se cerró tras ellos con un golpe seco. Y en ese sonido, Olivia sinti