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Al día siguiente.Samuel abrió los ojos lentamente.El peso de la resaca se le clavaba como un cuchillo en la sien.El mundo giraba apenas, como si aún estuviera borracho. El primer pensamiento que lo golpeó fue el sabor amargo del arrepentimiento.Se llevó una mano al rostro y, con dificultad, giró la cabeza hacia el otro lado de la cama.Ahí estaba ella.Deisy.Su cuerpo estaba medio cubierto con la sábana, su cabello suelto, enredado, su expresión en calma, como si nada hubiese ocurrido.Pero para Samuel, era todo lo contrario. Su corazón se aceleró de golpe. La rabia, el asco, la confusión se mezclaron en un torbellino que lo hizo sentarse de golpe.—¡¿Qué demonios…?! —murmuró, sintiendo un escalofrío.Deisy despertó sobresaltada al oírlo.Se incorporó con lentitud, cubriéndose el pecho con la sábana al ver el gesto endurecido de Samuel.—¡Deisy! —gritó él, con voz quebrada por la furia—. ¿Cómo pudiste hacer esto? ¡¿Por qué demonios estás en mi cama?!La expresión de Deisy cambió d
Luciana se quedó de pie frente a Samuel, mirándolo con una mezcla de rabia y rencor.Sus ojos, enrojecidos, brillaban con determinación.—¡Me voy a casar con Octavio y no vas a separarnos! —espetó, con una firmeza que cortó el aire de la oficina como una cuchilla.Samuel sintió un frío recorrerle la espalda.El corazón se le cayó al estómago. No era solo celos. Era pánico. Puro terror de perderla para siempre.—¡Luciana, no! No puedes hacer esto... —balbuceó, su voz quebrada, su rostro descompuesto—. No puedes casarte con él, no así...Ella sostuvo su mirada, inquebrantable.—Nos casaremos a fin de mes. Ya está decidido —dijo, mientras tomaba la mano de Octavio.Octavio la miró, atónito por la rapidez de los acontecimientos.Su rostro mostraba sorpresa, pero también una creciente emoción.Saber que en apenas unas semanas Luciana sería su esposa le aceleraba el corazón de una manera indescriptible. Era una mezcla de euforia, amor y esperanza.—¡No vas a casarte con este hombre! —gritó S
—¿Tú también eres feliz, verdad, Paulina? —preguntó Luciana con una sonrisa cálida, buscando los ojos de su amiga como si intentara confirmar que todo estaba bien en su mundo.Paulina asintió en silencio, sin poder sostenerle la mirada por mucho tiempo.En lugar de hablar, la abrazó con fuerza, aferrándose a ella como si fuera su última tabla de salvación.—Prométeme algo —susurró en su oído, con una voz cargada de emoción contenida—. Prométeme que, si algún día la vida nos aleja… tú siempre vas a elegir un buen amor. Y que, sin importar lo que pase, nunca dejarás de quererme. Nunca vas a pensar lo peor de mí, ¿sí?Luciana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Esa súplica tan desesperada, tan fuera de lugar, la sacudió.Se apartó un poco, confundida.—¿Paulina? ¿Qué estás diciendo? ¿Por qué hablarías así?Paulina soltó una risita nerviosa y se encogió de hombros, intentando restarle importancia.—Ay, tonta. Es solo una suposición. Ya sabes cómo soy… dramática, sentimental.Lucian
El día soñado finalmente había llegado.La iglesia estaba adornada con flores blancas y lilas, bañada por la luz del mediodía que se colaba entre los vitrales, creando destellos que parecían bendecir cada rincón.Las campanas repicaban como si anunciaran no solo una boda, sino el final de una era y el inicio de otra.Miranda no podía contener la emoción.Sus manos temblaban levemente mientras acomodaba el velo de Paulina, que estaba por ingresar.Marfil, siempre a su lado, la acompañaba con una sonrisa serena y comprensiva.La emoción era contagiosa, pero en el fondo, algo en el aire se sentía diferente. Como si la calma fuera apenas una máscara que escondía una tormenta inminente.—Estoy tan feliz, Marfil —dijo Miranda con voz temblorosa, tomando la mano de su amiga—. Mi hijo se casa… Pablo por fin encontró a una mujer que lo ama.Marfil le devolvió la sonrisa, sincera, aunque en sus ojos brillaba un dejo de preocupación.—Y con una gran mujer, Miranda. Pablo es un hombre bueno, como
Pablo se quedó quieto, petrificado frente al altar, sin poder procesar lo que acababa de escuchar.Su rostro, segundos antes lleno de emoción y ternura, se transformó en un mar de confusión, incredulidad… y dolor.—¿Qué? —preguntó en voz baja, como si necesitara que ella lo repitiera para poder creerlo.Paulina respiró hondo.Sus labios temblaban, su pecho subía y bajaba con violencia.Los ojos se le llenaron de lágrimas, y su maquillaje comenzó a correr por sus mejillas. Tenía el alma hecha pedazos.—No te amo, Pablo —repitió con un nudo en la garganta—. Amo a otro hombre…En ese instante, la iglesia entera quedó en silencio. Un murmullo se elevó desde los bancos, las mujeres se cubrían la boca, los hombres se miraban entre ellos desconcertados, y los más ancianos negaban con la cabeza, escandalizados.Parecía una pesadilla, una escena sacada de una tragedia.Paulina dejó caer su ramo de rosas blancas.El sonido fue casi imperceptible, pero en el corazón de Pablo resonó como una explo
Pablo buscó a Paulina desesperadamente, como si su vida dependiera de ello.Recorrió cada rincón del aeropuerto, preguntó con voz rota en la estación de tren, interrogó a conductores de taxi y revisó las terminales de autobuses sin descanso.No durmió, no comió. Su única obsesión era encontrarla.Pero ella ya no estaba.Fue su padre, Arturo, quien finalmente tomó el control. Ordenó a sus guardias personales y a los empleados de más confianza que rastrearan cualquier pista, cualquier movimiento. Nadie descansaría hasta tener noticias de Paulina.Esa noche, regresaron a la mansión Juárez con las manos vacías.Al cruzar la entrada, Pablo entró tambaleante al salón principal, con el rostro desencajado y los ojos hinchados por el llanto y el insomnio.Al ver a Luciana, corrió hacia ella, como si su desesperación pudiera encontrar consuelo en una explicación.—¡Luciana, dime la verdad! —gritó, agarrándola por los brazos—. ¿Lo sabías? ¿Ella te lo dijo? ¿Desde cuándo me ha estado engañando?Lu
Luciana había intentado buscar a Paulina durante días.Le escribía, le llamaba, incluso le había mandado mensajes por redes sociales, pero ella no respondía.Su silencio dolía como un puñal.Recordaba claramente aquella vez que le confesó su cariño, con una sonrisa sincera en los labios.«Nunca, Paulina… eres como la hermana que nunca tuve. ¡Nunca pensaré lo peor de ti!», pensó con un nudo en la garganta.Pero ahora, ese lazo parecía haberse roto sin explicación.La distancia entre ellas era un abismo sin fondo.***Más tarde, Luciana y su madre, Lynn, llegaron a la boutique donde las esperaban Marfil, Miranda y la abuela Freya.El lugar estaba adornado con luces suaves y cortinas de tul blanco. Lucía como un sitio sacado de un cuento de hadas.Marfil se acercó con una sonrisa y la abrazó con fuerza.—¿Estás lista para elegir tu vestido de compromiso, mi niña?—Sí —respondió Luciana con una mezcla de emoción y nervios.Pero Marfil, como si presintiera algo, tomó sus manos con seriedad.
En la iglesiaLos primeros acordes del órgano se alzaban con solemnidad mientras los invitados comenzaban a llenar los bancos de la iglesia.El ambiente estaba cargado de murmullos nerviosos, perfumes costosos y el crujir de vestidos caros. Pero el novio aún no estaba en el altar.Samuel se encontraba encerrado en un pequeño salón lateral, lejos de las miradas, de los flashes, y de la presión de una ceremonia que sentía como una soga invisible apretando su cuello.Con la cabeza baja, sostenía su teléfono entre las manos temblorosas. El rostro reflejaba una lucha interna que amenazaba con partirlo en dos.Una duda lo atravesaba como una lanza, clavándose directo en el pecho.—Luciana… —susurró, con la voz rota, por un dolor que había estado intentando ignorar por días, semanas, quizás meses—. ¿Cómo llegamos a esto? No quiero perderte. ¿Por qué fuiste tan egoísta?Marcó su número por impulso, como si su corazón supiera más que su razón.Una vez. Dos veces. Nada. La llamada ni siquiera e