Pronto, el auto fue rodeado por muchos guardias que parecían estar dispuestos a lo peor.
Un miedo palpable recorrió cada rincón de sus cuerpos, como si el aire se hubiera vuelto pesado, imposible de respirar.
—¡Miranda! —exclamó Arturo, su voz ahogada, llena de angustia, mientras sus ojos buscaban desesperadamente ver que ella estaba bien.
Miranda, con el rostro pálido y los ojos brillando de rabia, no apartaba la vista de Sergio, quien, implacable, no tardó en acercarse con paso firme y calculado.
Los guardias, fríos como máquinas, los rodearon y les ordenaron salir del auto.
Las armas que sostenían apuntaban con precisión, una amenaza constante, acechante.
Un sudor frío recorrió la espalda de todos, mientras el peligro se cernía sobre ellos.
Lynn, con el corazón palpitando en su garganta, fue la primera en salir.
Su voz, cargada de una furia que apenas podía contener, se alzó sobre el caos.
—¡Sergio! ¡¿Cómo te atreves a hacernos esto?! —gritó, su tono desgarrado por el dolor y la des