Ariana llegó a ese país sintiéndose como un fantasma, una sombra de lo que alguna vez fue.
Abrió la puerta del departamento y el olor a detergente viejo y polvo la golpeó de inmediato.
Estornudó, sintiéndose ajena, perdida en un lugar que aún no era suyo.
Apenas dejó su maleta en el suelo, comenzó a limpiar. No recordaba la última vez que lo había hecho realmente para ella.
Su vida se había reducido a cocinar para su esposo, lavar su ropa, ser su sombra, su servidumbre disfrazada de amor.
Pero ahora, por primera vez en años, hacía algo sola. Algo para ella.
El suelo brilló, el aroma a lavanda llenó la estancia, pero la sensación de vacío en su pecho no se disipó.
Se dejó caer en el sofá, y sin poder contenerse más, las lágrimas que había reprimido por tanto tiempo se desbordaron como un río incontenible.
«Soy Ariana… una mujer que amó tanto a un hombre que se perdió a sí misma. Perdí mi identidad, mis sueños, mi dignidad. Lo hubiese perdonado todo, menos la traición. ¿Cómo pude amar ta