El sol se alzó sobre el castillo, tiñendo las torres de piedra con tonos dorados y rosados, un presagio de la nueva era que comenzaba para el reino. La caída de la tiranía había dejado un vacío de poder, sí, pero también había sembrado las semillas de la esperanza en cada rincón, un brote frágil pero tenaz que necesitaba ser nutrido. Ahora, la tarea que teníamos por delante era aún más desafiante que el derrocamiento: construir un nuevo amanecer sobre las cenizas humeantes del antiguo régimen, un reino basado en principios de justicia y equidad.
El consejo provisional, compuesto por una mezcla diversa de personas —líderes de gremios que representaban a los artesanos y comerciantes, valientes representantes de campesinos que por fin tenían voz, eruditos que habían mantenido viva la llama del conocimiento en la oscuridad, algunos nobles de mentalidad abierta que veían la necesidad del cambio, e incluso algunos de la gente de las Montañas Silvanas que aportaban su sabiduría an