De vuelta en la relativa seguridad de la cueva, el ambiente, aunque aún cargado de la reciente revelación y la inesperada alianza, era ahora menos tenso. La confrontación había abierto una brecha, pero también había derribado muros. Liam se sentó junto al fuego, sus ojos explorando la cueva, asimilando el espacio que había sido mi refugio y el de Aiden. Lysander, el dragón de mi hermano, se acurrucó a su lado con un suave resoplido, observando a Aiden con una curiosidad tranquila, como si reconociera en él un alma gemela, un ser de su misma estirpe.

—Así que... cambiaformas —dijo Liam finalmente, rompiendo el silencio que había seguido a su confesión, mientras miraba a Aiden con una mezcla de asombro y fascinación. Sus palabras eran lentas, como si aún estuviera procesando la información—. Nunca creí que fueran reales. Las leyendas... siempre las consideré fantasías para los niños.

—Son reales —confirmó Aiden con un tono firme, pero sin rastro de arroga