El día era opresivamente cálido en la corte de Theros, como si el aire mismo supiera que algo estaba a punto de estallar. Lady Violeta Lancaster, con su porte digno y expresión serena, caminaba por los corredores con un propósito claro: encontrar respuestas. No era la primera vez que sospechaba que los hilos de su vida eran movidos por manos ocultas, pero nunca pensó que una de esas manos pudiera haber sido tan cercana… tan familiar.
La investigación había comenzado con un simple comentario de una doncella: que el joven Elian, ayudante del príncipe Leonard, había sido visto conversando de forma sospechosa con una mujer a la que las criadas apenas se atrevían a mirar. Una mujer envuelta en sombras, cuyos pasos no resonaban en el mármol, pero cuyo poder se sentía como una daga al cuello. Violeta pensó en la reina madre primero, por instinto. Pero no. Esta figura, según decían, era más discreta, más silenciosa… más cruel.
Acompañada por la leal Helena, su doncella, Violeta se dirigió hac