El sonido de los cascos sobre la tierra húmeda rompía el silencio matutino del bosque, donde las ramas aún goteaban después de la tormenta. El cielo había despejado apenas un poco, dejando nubes plateadas arrastrándose por encima de los árboles altos, como si el clima todavía dudara entre la calma y el desorden.
Los sirvientes ya estaban atareados junto a los carruajes: amarrando baúles, ajustando ruedas, dando de comer a los caballos. El cochero principal esperaba instrucciones formales. Era un protocolo, después de todo. El príncipe y su prometida real debían volver al palacio de Theros a continuar con su ruta de exhibición y presentación ante las casas nobles del reino.
Todo iba según lo planeado… hasta que Leonard apareció en los escalones de la cabaña.
Con la capa suelta sobre los hombros y el ceño ligeramente fruncido, caminó hasta el cochero, que se cuadró como si esperara una orden militar.
—Vuestra Alteza, todo está listo para partir —anunció con voz fuerte.
Leonard lo miró p