—¡Pero qué lindos se ven! —exclamé con alegría al ver a los que más valor tenían para mí.
El sol brillaba sobre sus rostros, resaltando sus sonrisas contagiosas y sus ojos llenos de dulzura.
—Papi, ¡llegaste! —gritaron ambos niños emocionados, corriendo hacia mí con sus pequeñas piernas.
Los recibí con los brazos abiertos y los levanté en el aire, envolviéndolos en un cálido abrazo. Sus risas llenaron el aire y mi corazón se llenó de un amor inmenso.
Hanna, mi amada esposa, se acercó a mí con paso seguro y me regaló un beso tierno en los labios. Su presencia siempre me reconfortaba y me hacía sentir completo.
—Te extrañamos, esposo —mencionó con una dulce sonrisa, reflejando el amor y la complicidad que compartíamos.
Les entregué a cada uno de mis hijos una bolsa envuelta en papel brillante, llena de sorpresas y juguetes que sabía que les encantarían.
Sus ojos se iluminaron de emoción mientras desenvolvían los regalos con manos hábiles y curiosas.
Para Hanna, preparé una carpeta con m