Capítulo 85: Nuestra boda en París.
—Ayúdala—le dije a mi médico de apoyo, quien presionaba su vientre con determinación mientras yo le daba ánimos.
Las contracciones eran cada vez más intensas y evidentes en el rostro de Hanna.
—Ya, puja—le pedía, con voz firme y alentadora.
El anestesiólogo, siempre atento, limpiaba el sudor de su frente, mientras la cabecita de uno de mis preciosos hijos comenzaba a asomarse.
—Una vez más, casi lo tenemos—le susurré, y Hanna se esforzó una vez más en ese empuje decisivo.
Mientras el médico de apoyo hacía su trabajo, tiré suavemente del cuerpecito de mi hijo, ayudando a que naciera.
Y entonces, justo en ese momento mágico, mi bebé salió al mundo.
Una inmensa felicidad se apoderó de mi corazón al ver sus rosadas mejillas y su cabello negro.
Corté el cordón umbilical y le di algunas nalgadas suaves para estimular su llanto, que resonó como una de las melodías más hermosas que haya escuchado en mi vida.
Pasé a mi bebé a las amorosas manos de la enfermera, quien lo limpió, lo pesó y revis