Flor Pérez
Debo reconocer que estoy cansada. Tomo mi maleta, la llevo a la habitación, me quito el vestido de novia, me deshago el peinado y me retiro el maquillaje que con sutileza esperaba que me hiciera ver un poco mayor para no parecer una chamaca a lado de quien hoy día sería mi esposo.
Lloro en silencio, lloro porque esto no era lo que imagine, lloro porque esto es muy diferente a lo que platicaban mis compañeras.
Blanca, hace un par de días hablo conmigo como si fuera mi madre. Me explicó que la primera vez, no suele ser tan bonita como se ve en las novelas, me dijo que podría doler, pero que no me asustara, debía hacerle saber a mi esposo que era virgen y que él sabría cómo cuidarme y hacer que todo fuera menos doloroso.
Pienso que si mi mamá viviera y tuviese la oportunidad de hablar conmigo, seguramente, me diría lo mismo. Blanca estaba preocupada por lo que ocurriría conmigo esta noche, y mírame ahora, sola en mi noche de bodas, tomando un baño para tratar de relajar mi cue