Flor Pérez
Luego de un incómodo silencio, finalmente subimos al auto de regreso a la ciudad de México, íbamos en búsqueda de la incorporación hasta que a mi acompañante se le ocurrió que necesitaba todo.
Christian necesitaba usar el tocador, tenía frío, tenía hambre y no sé cuánta escusa más me puso. Supuse que eso sería aún martirio para el pobre hombre, ya que lo único próximo eran varios lugares de comida casera, en mi mente claramente vi su cara de repulsión.
Grande fue mi sorpresa cuando vi que con mucha confianza se estacionó frente a un lugar, dijo que ahí bajaríamos a comer y que aprovecharía para pasar al tocador.
Sinceramente, me sentía secuestrada, ¿Cómo demonios había terminado en esa situación? Aunque siendo totalmente sincera, esto era el inicio de algo que viviría todos los días y por ello me quedé.
Quise ver su cara al ver la carta de comida, al ver el lugar, él no es un hombre que ande en estos lugares, la comida de aquí, estoy mil por ciento segura de que le causaría