Entre el Lazo y el Corazón: Elegir entre Destino y Amor
Entre el Lazo y el Corazón: Elegir entre Destino y Amor
Por: Odunkun
Prologo

Prologo.

Todavía recuerdo esa noche como si de ayer se tratara. Aquella noche que cambiaría mi vida de manera inevitable.

El día de mi decimoctavo cumpleaños llegó y con él mi transformación. No sé qué me hacía pensar que yo no sería una Omega, como mis padres, pero aún así ansiaba cambiar ese destino.

La luna estaba en lo más alto del firmamento y, aunque parezca extraño, no era yo sola la que se iba a transformar esa noche. Había tres Omegas más, y una pareja de mellizos hijos del Beta Klum.

Primero y por protocolo fueron ellos los que empezaron el ritual de transformación.

Mi loba rugía en mi interior por salir, pero no podía dejarla. Hacerlo solo se convertiría en mi condena de muerte.

De un momento a otro, dos imponentes lobos marrones se alzaron en el círculo de transformación.

El Beta se acercó hasta sus hijos mostrando su orgullo. Unos minutos después volvieron a su estado humano, dejando libre el turno para los siguientes.

El Alfa Draco estaba junto a su hijo Elian y a la Luna Grace. Al ser los máximos dirigentes de la manada, debían de estar presentes en cada transformación, aunque estas les desagradasen, sobre todo las de los Omegas, el último escalafón de la Manada.

Cada minuto que pasaba, el dolor en mi cuerpo se hacía más y más insoportable. Pero aún no era mi turno: primero los hombres y por último yo. Mi madre me agarraba la mano, infundiéndome aliento.

Hasta que al fin mi turno llegó. Me situé en el centro del círculo sagrado y esperé mi transformación.

Caí de rodillas en la hierba. El dolor se intensificó, como si mis huesos quisieran salirse de lugar. Grité otra vez.

"—¡Déjame salir, soy Sauna! No luches contra mí y todo será más fácil."

—No puedo, me duele demasiado.

Mi madre se saltó el protocolo y se situó cerca de mí.

—Emilia, mírame. No estás sola.

Lo intenté, pero apenas podía enfocar. Todo se mezclaba: la luna, la voz de mi madre, el ardor en cada músculo, y entonces sucedió. Mi cuerpo se arqueó y los huesos crujieron. La piel se estiró, el aire me abandonó en un rugido. La transformación me rompió en mil pedazos y, al mismo tiempo, me reconstruyó.

Cuando abrí los ojos, ya no era yo. O sí, pero no como antes.

Mis patas hundidas en la tierra. El pelaje blanco brillando bajo la luna. Sentía cada sonido, cada olor, cada movimiento con una intensidad brutal.

Hasta que aquellas cuatro palabras me devolvieron a la realidad:

—Es una simple Omega.

¿Por qué? ¿Por qué no podía ser más que una Omega? Pero ni Sauna me respondía.

"—Sauna, quiero volver a ser humana." Dije en mi mente.

"—Compañero, compañero…"

Levanté la cabeza y pude ver cómo Elías me miraba con atención y con un brillo dorado en sus ojos.

No se acercó hasta mí; se dio media vuelta y se fue junto a sus padres.

De un momento a otro, volví a la normalidad. Mi madre me cubrió con una manta y juntas nos marchamos hasta nuestra casa.

—Lo has hecho muy bien, cariño. Tu loba es preciosa.

—Gracias, mamá —respondí sin mirarla.

Antes de llegar a la puerta de mi casa, dos guardias me llevaron arrastrada. Mi madre no dejaba de gritar, pidiendo una explicación que nunca le dieron.

Me lanzaron de golpe a una celda y ahí me quedé llorando y confundida, hasta que él llegó.

—¡Tú!

Ni siquiera levanté la vista del suelo; no valía la pena. Estaba totalmente segura de que él era el culpable de que yo estuviera encerrada.

—Además de ser una simple Omega, también eres sorda.

Ese comentario sacó una fuerza dentro de mí que hasta entonces desconocía. Me puse en pie y lo miré fijamente.

—Yo, Emilia Cook, como una "simple Omega", te rechazo a ti, Elian, hijo de Draco y de Grace, futuro Alfa de la Manada de las Montañas, como compañero destinado por la diosa Luna.

"—¡¿Qué haces?! ¡Me estás matando!"

"—Lo siento, Sauna, esto iba a ocurrir; cuanto antes pase, mejor."

De un momento a otro, vi cómo Elian se tambaleaba y su mirada se encendió por la rabia.

—Te voy a dejar algo claro: eso nunca pasará. ¡Eres mía! Y haré contigo lo que me plazca hasta el resto de tus días.

Elian se dio media vuelta y me dejó allí encerrada, como si fuera una criminal, cuyo único pecado era ser indigna para él.

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