Capítulo 1. Un destino que nunca elegí
Capítulo 1. Un destino que nunca elegí.
—¡Despierta, perra! Es hora de tu baño —dice uno de los guardias.
No tengo tiempo de abrir los ojos cuando noto cómo me lanzan un cubo de agua helada. Ya sé lo que significa: Elian vendrá a visitarme. Llevo demasiado tiempo aquí encerrada para no saberlo. No estoy totalmente segura, pero creo que llevo más de dos años aquí.
Me entregan un vestido limpio… por llamarlo vestido, porque más bien es un saco marrón de arpillera.
Me quito la ropa mojada y espero de rodillas y con la cabeza agachada hasta que él venga.
Antes luchaba, pero dejé de hacerlo hace tiempo. Si obedezco sus órdenes, sus golpes y sus humillaciones son menores. He pensado muchas veces en quitarme de en medio, pero no puedo negar que soy una cobarde.
—¡Levanta! No he venido para eso.
Me levanto despacio, pero mantengo la cabeza agachada. La última vez que me atreví a mirarlo a los ojos me rompió la nariz, y tardé más de un mes en curarme. Si al menos me alimentaran bien o me dejaran salir de estas cuatro paredes, mi loba estaría un poco más fuerte y me podría ayudar en la curación. Pero Sauna apenas si se manifiesta, cada vez está más débil, y los grilletes de plata no ayudan, la verdad.
—Mañana te trasladarán. No quiero ningún espectáculo por tu parte. Tengo una visita muy importante y no quiero que nadie te vea. ¿Entiendes? —dice Elian cogiéndome muy fuerte por la barbilla.
—Sí.
—¿Sí, qué?
—Sí, señor.
Me suelta y me da un empujón para que me aleje de él. Sale de la celda y cierra la puerta con llave.
Me tumbo en mi camastro y me quedo dormida.
—Mañana se firmará el acuerdo con la Manada Oscura.
—Estoy deseando ver a la prometida de Elian. Dicen que, a diferencia de su hermano, el Alfa Lucien, ella sí es bella y no da miedo con solo mirarla…
Me despierto cuando escucho la voz de los guardias y un pequeño brillo de esperanza se instala en mi corazón. Si él ha encontrado una Luna, yo podré ser libre… bueno, al menos podré salir de aquí y volver con mamá.
La mañana llega más tarde de lo que esperaba; apenas si he podido dormir de los nervios.
La puerta de mi celda se abre. Un par de guardias se acerca hasta mí. Me ponen un saco en la cabeza y me sacan al exterior, o eso es lo que al menos creo, ya que puedo notar calor en las piernas y una suave brisa.
Escucho mucho jaleo y los guardias tiran de mis cadenas con fuerza. Sin poder evitarlo, caigo de golpe.
Ellos me gritan y me insultan, atrayendo la atención de un tercero al que no identifico. Es la primera vez que escucho su voz.
—¿Qué tenemos aquí?
—Nada, Lucien, solo es una prisionera.
—Elian, estás incumpliendo nuestro trato.
—No, claro que no, yo nunca me atrevería…
La voz de Elian suena distinta, es como si tuviera miedo de ese hombre.
—Quiero verla. Quítenle eso de la cabeza.
Pasan unos segundos, pero no me quitan el saco de la cabeza. Quizás no se referían a mí.
—¡¿Tus guardias están sordos?! —dice ese hombre muy enfadado.
—Obedezcan, par de estúpidos —dice Elian enfadado.
Me quitan el saco de la cabeza y la luz me ciega. No puedo abrir los ojos. Siento cómo me arden, por lo que los cierro e intento levantar mis manos para taparlos, pero no puedo, porque uno de los guardias me golpea y me hace caer al suelo.
Noto cómo la sangre corre por mi rostro, pero no tengo tiempo de limpiarla ya que, de un momento a otro, soy levantada del suelo y puesta en pie.
—Nadie se atreve a tocar mi mercancía y vive para contarlo.
Escucho dos gritos a mi lado y, como si dos pesos muertos, caen de golpe al suelo.
—Lo siento, pero ella no entra en el trato…
—Elian, no te creía tan valiente. ¿Qué interés tienes en esta mujer que, aparte de estar sucia, parece enferma y no porta ningún atractivo?
Hace un tiempo esas palabras me hubieran dolido, pero ahora mismo no me importan, ya que sé que es verdad.
—Tú no lo entiendes… —dice Elian con la voz entrecortada.
—Lo que tú no entiendes es que te he entregado lo más preciado que tengo en el mundo, que es a mi hermana, cuando el acuerdo estipula que puedo quedarme con quien desee de esta manada. Pero…
—No escuches a mi hijo, claro que puedes llevártela. Díselo, Elian —dice el Alfa Draco nervioso.
—Claro, es tuya, Lucien.
¿Cómo que suya? Acabo de ser regalada a otro hombre, como si solo fuera mercancía y no un ser vivo.