Capítulo 4. Intimidada
Capítulo 4. Intimidada.
—¡Me intrigas, pequeña! ¿Quién eres tú para que el estúpido de Elian no quisiera regalarte?
No respondo; si algo he aprendido en todos estos años es que es mejor mantener la cabeza agachada y esperar a que te ordenen directamente responder.
—Sé que me puedes escuchar, así que no me hagas perder la paciencia y responde de una vez —dice, poniéndose en pie y golpeando la mesa con fuerza.
—No lo sé, yo no hice nada, señor.
—¡Mientes! Y mírame a los ojos cuando me hablas —dice, levantando mi barbilla con fuerza.
Si le vuelvo a mentir, de seguro me volverá a mandar a ese horrible lugar. Así que esta vez opto por decirle la verdad.
—Soy su compañera, intenté rechazarlo pero no lo aceptó. No soy digna de él. Pero tampoco pudo rechazarme; me imagino que para no perder poder. Durante los últimos tres años me ha mantenido encerrada en una celda.
Él me mira con curiosidad y una sonrisa diabólica se dibuja en su rostro.
—¡Maldito hijo de puta! No te creía tan listo —dice en tono bajito, pero soy capaz de escucharlo.
—¿Algo más?
—No...
—¿Segura? No me gusta que me mientan, y menos que me oculten cosas. Creo que no sabes quién soy.
Claro que lo sé, pero ¿qué quiere que le cuente? Que durante tres años he sufrido abusos y maltratos físicos por parte de mi compañero y sus guardias. ¿El que debería haberme cuidado y amado? A mi mente llega un recuerdo que me hace estremecer.
Flash Back.
—Ven aquí, perra, es hora de que sirvas para algo.
—Déjame, estás borracho. —Él se acerca un poco hasta mí, y veo cómo ha dejado la puerta de la celda abierta, así que salgo corriendo, pero él es demasiado rápido y detiene mi huida de inmediato.
Tira de mi brazo haciéndome caer al suelo. No me permite levantarme; me lleva arrastras hasta el interior. Veo cómo uno de los guardias me mira y sonríe.
Lo que pasa después es algo que jamás podré olvidar: me somete con dureza, me golpea, me muerde hasta que pierdo el sentido.
Despierto en el suelo de la celda. Intento moverme, pero siento demasiado dolor.
Escucho cómo la puerta se abre; levanto la cabeza y veo cómo un guardia trae un cuenco de gachas.
—¡Ayúdeme, por favor!
Me tira el cuenco a la cara y sale de la celda riéndose.
Me arrastro hasta el camastro; necesito subir, aunque sea lo último que haga. No quiero morir en el frío suelo de piedra.
Con dificultad y mucho dolor logro subirme; estiro la manta, me cubro y cierro los ojos, solo hay oscuridad.
Fin del Flash Back
Esa fue la última vez que intenté escapar, ya que estuve más de un mes al borde de la muerte.
—No me has respondido, pequeña, y estoy empezando a perder la paciencia.
—Abusó de mí, me maltrató y me humilló junto a sus guardias todos los días de los últimos tres años.
—Eso es lo que quería escuchar, la verdad.
El silencio en la sala se vuelve insoportable después de que le dicho la verdad. Lucien me mira con esa sonrisa torcida que me eriza la piel, es como si disfrutara de cada palabra que ha salido de mi boca.
—De acuerdo… —dice finalmente, en un tono bajo, casi un susurro que me hace tensar los hombros—. Lo que me has contado es… interesante.
No se si eso es bueno o malo, pero no me atrevo a preguntar. Su mirada puede atravesarme en segundos. Luego, sin más explicaciones, da un golpe seco con la palma de su mano y sus palabras hacen eco en toda la sala:
—Guardias, quítenle las cadenas.
El corazón me da un vuelco. ¿Esto es… un alivio? ¿O esta caminando directamente hacia algo peor? Escucho el sonido metálico de los grilletes cayendo al suelo y no puedo evitar suspirar.
Lucien se levanta y camina hacia la puerta con paso firme, sin mirarme demasiado. Los guardias me empujan suavemente, guiándome hasta la salida. Mis pies apenas tocan el suelo; cada paso pare pesar toneladas. Mi cuerpo aún esta dolorido, mis huesos resentidos, y el recuerdo del flashback me hace temblar de miedo.
—Cuidadito con lo que haces, pequeña —murmura Lucien antes de desaparecer del umbral de la puerta—. A partir de mañana, tu lugar será junto al mío. Serás mi sirvienta personal.
Mi estómago se contrae. ¿Sirvienta? Mi mente gira a toda velocidad. Intento recordar todo lo que he aprendido durante estos años: sumisión, obediencia, no hacer ruido, no molestar, no intentar escapar… porque si lo hago, no solo volvere a los calabozos, sino que quizás esta vez no sobreviva.
—Si intentas algo raro… —continúa su voz detrás de mí, fría como el acero—, volverás a los calabozos. Y no será agradable, créeme.
Asiento sin palabras, incapaz de mirar a su rostro. Mi garganta esta seca, mis ojos quieren llorar, pero no puedo permitirme ese lujo. El silencio vuelve a llenar la sala mientras me guían por los pasillos. Cada piedra en el suelo parece un recordatorio de todos los años que he pasado encerrada, golpeada, humillada.
Finalmente, llegamos a una puerta más pequeña, pero que emana poder. Uno de los guardias la abre y me empuja suavemente hacia dentro. Es mi “nuevo dormitorio”.
El aire esta impregnado de un aroma diferente, más limpio, más cálido. Hay una cama con sábanas recién lavadas, un pequeño escritorio y una silla de madera pulida. Nada lujoso, pero mucho mejor que la celda de piedra y humedad en la que he estado los últimos tres años. Me dejo caer en la cama, incapaz de hacer otra cosa. El colchón parece un lujo inimaginable después de todo lo que he sufrido.
—Sirvienta personal… —murmuro para mí misma.
La puerta se abre de nuevo y Lucien apare, como si hubiera salido de la nada. Sus ojos brillan con esa luz inquietante que me hace temblar.
—Vas a aprender rápido, pequeña. Mañana empezarás tus tareas a mi lado. Cada orden que te dé será absoluta. Y no te atrevas a fallarme.
—Sí, señor — después de mi respuesta, él cierra la puerta y se va.