Capítulo 5. Malentendido

Capítulo 5. Malentendido.

Mamá viene a despertarme. Abro los ojos y veo que apenas si ha amanecido.

—Vamos, vístete, tenemos quince minutos para desayunar antes de empezar con el trabajo.

—Mamá, ¿cómo me has encontrado?

—Fácil, todo el mundo hablaba ayer de ti. —Dice mientras me ayuda a recoger mi pelo en una coleta.

Creo que debo cortarme el pelo porque lo tengo muy dañado y demasiado largo.

—Vamos, se hace tarde. —Dice Mamá, agarrando mi brazo.

Llegamos hasta la cocina y siento cómo la boca se me hace agua.

—Para ser esclavos nos dan de comer muy bien.

—No somos esclavos, al menos no todos. —Dice Mamá con media sonrisa.

Quizás ella no sea una esclava, pero yo sí. Al menos me alegra que ella sea libre.

—Mamá, no te olvides de preguntar cuándo es tu día libre.

—¿Y la razón es?

—Para comprar un tinte, no voy a permitir que vayas con esos pelos.

—Bueno, ya lo veremos. Ahora me voy a trabajar. —Dice y me deja un beso sobre la frente.

Ni siquiera le he preguntado qué trabajo desarrolla, pero al menos no se la ve triste ni enfadada.

Termino de desayunar y subo hasta la habitación del Alfa Lucien. No sé cuál es mi tarea, nadie me lo ha explicado; solo sé que soy su sirvienta personal. Así que me quedo parada durante unos segundos frente a la puerta, hasta que al fin me decido a tocar. Su voz resuena desde el interior.

—¿Piensas quedarte toda la mañana ahí parada?

Se me olvidaba lo del aroma: que yo haya perdido esa capacidad no significa que los demás lo hayan hecho, por lo que ha detectado mi aroma y eso me hace sentir estúpida.

Abro la puerta y veo cómo está en la cama, no lleva puesto el pijama, al menos no la parte de arriba. Agacho la cabeza asustada.

Gracias al cielo, una mujer aparece debajo de las sábanas, y por un segundo rompe mi incomodidad.

—Lucien, amor...

—Anoche te dije que no duermo con ninguna mujer, no sé por qué sigues aquí.

—Pero Lucien, yo...

—No te lo quiero volver a repetir.

La pelirroja se levanta de la cama y sale de la habitación enfadada.

—¡Maldita sea! Tengo que hablar con Marcus, cada día escoge peor. ¿Para qué me sirve tener un harén si ninguna de ellas hace su trabajo correctamente? —Dice Lucien en voz alta mientras se dirige al baño.

—¡Qué haces ahí parada! —Dice cuando sale del baño.

—Espero sus órdenes, señor.

—¿Acaso no eras una sirvienta en tu antigua manada?

—No, la verdad que no.

—¿Y qué demonios hacías allí? —Pregunta enfadado.

Suspiro y pienso en mi respuesta.

—Después de mi transformación me temía que me asignaran un puesto según mi rango, pero en vez de eso me encarcelaron y he pasado los tres últimos años en una celda.

Da un gruñido y noto cómo sus ojos cambian por un segundo de color.

—Arregla la habitación, eso sí sabes hacerlo, ¿verdad?

Asiento con la cabeza y comienzo mi trabajo. Retiro las sábanas y pongo otras limpias, recojo su ropa del suelo y la huelo.

—¡¿Qué demonios haces?!

Me da tal susto que se me cae la ropa de las manos.

—Yo... yo solo comprobaba si la ropa estaba limpia.

—¡Oliéndola! No necesitas mentir para estar cerca de mí...

No me gusta cómo ha dicho eso último, por lo que me adelanto a aclarar las cosas.

—Lo siento, perdí casi por completo el sentido del olfato... —cuando Elian me rompió la nariz, eso no lo digo pero lo pienso—. No le vi manchas a la ropa y me la acerqué hasta la nariz para comprobar si olía bien o mal. Lo siento, señor.

Una sonrisa se dibuja en su rostro.

—Eres graciosa... cuando termines con la habitación, ven a mi despacho y te asignaré nuevas tareas. —Dice y esta vez está serio. De verdad, que este hombre igual ríe que te mata con una mirada. Al menos no me ha pegado, y eso ya es algo importante.

Paso el resto del día haciendo sus recados; la verdad es que no es un trabajo pesado. Cuando llega la noche, me dice que ya he terminado por hoy. Miro el reloj y veo que son las nueve; no estoy segura de que mamá siga despierta, por lo que bajo a la cocina y busco algo entre las sobras para cenar.

Me siento en la mesa y una mujer pelirroja me mira con asco. Me fijo un poco mejor en ella y me doy cuenta de que se trata de la mujer que esta mañana estaba en la cama del Alfa.

—Veo que nadie te ha dicho cómo funcionan las cosas aquí. Cuando yo baje a la cocina, tu deberás servirme y atender mis necesidades. —Dice de manera altiva y con una voz gritona que me causa dolor de cabeza.

—Además de fea, ¡eres sorda! —Grita como una loca, lo que hace que un hombre llegue hasta la cocina a toda prisa.

—¿Qué es lo que pasa, Linda?

—Marcus, la estúpida de la sirvienta me ha insultado y se ha negado a servirme —dice llorando la muy mentirosa.

—¿Es verdad lo que dice? —Pregunta mirándome fijamente.

—No, ni siquiera me ha dejado hablar y la única que me ha insultado ha sido ella.

—Marcus, ¿de verdad que la vas a creer a ella antes que a mí? —Dice acercándose y tocando su pecho con delicadeza.

De un momento a otro, unos guardias aparecen y, sin mediar palabra, me sacan de la cocina y me llevan a los calabozos.

Siento ganas de llorar; estaba haciendo las cosas bien y, aun así, vuelvo a terminar aquí.

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