38. El adiós al pasado.
La mañana desplegó su luz sobre Haro con una generosidad que parecía burlarse del tormento interno de Eryn. Los rayos del sol se colaban por las ventanas del castillo, pintando los suelos de piedra con un dorado cálido que hacía brillar las sonrisas de los pueblerinos y los sirvientes.
El aire estaba agradable, vibrante, lleno de risas y murmullos de un día prometedor. Pero Eryn, con sus rizos desordenados y el corazón apesadumbrado, caminaba por los pasillos del castillo como si cargara el peso de dos rocas enormes atadas a los pies. No había dormido en toda la noche, atormentado no solo por el recuerdo del encuentro con Evdenor bajo la luz de la luna, sino por la razón que lo había desencadenado: su mentira, esa verdad oculta que amenazaba con destruirlo todo.
Se tocó los labios, magullados y partidos, el dolor punzante del corte en su labio inferior aún fresco. Suspiró con pesar.
Había agotado su magia curativa con hechizos triviales durante la madrugada, asegurándose de que la h