30. Rendición.
Una semana había transcurrido desde que Eryn resultó herido. La vida en el castillo seguía su curso normal, ajena por completo al caos que los altos mandos estaban sembrando más allá de sus muros. Se suponía que esa tarde Evdenor regresaría de lo que Eryn ya no consideraba una misión, sino una maldad institucionalizada.
Como sirviente personal del príncipe, a Eryn se le habían concedido dos semanas de descanso, o hasta su recuperación total. Esa había sido la orden directa de Evdenor, y así se cumplió al pie de la letra.
Aunque, en realidad, para el cuarto día Eryn ya estaba casi recuperado, y para el quinto, su cuerpo estaba como nuevo. Lo que lo tenía postrado no era un dolor físico, sino el recuerdo imborrable de la expresión de Evdenor en aquel pueblo y la horrible certeza de la locura que estaba cometiendo en nombre de la corona.
Dejó escapar un suspiro hondo y pesado, el quinto en la última media hora, haciendo que Lean, su mentor, golpeara la mesa con fastidio.
—¡Ya, suélt