Entre Escombros y Cenizas.
El golpe fue tan rápido que su mente tardó varios segundos en comprenderlo.
Un estallido metálico, un rugido profundo desde el vientre del edificio, un temblor que sacudió el suelo como si este intentara expulsarla.
Livia cayó hacia atrás y sintió el impacto frío de la pared en la espalda, pero no alcanzó a reincorporarse antes de que el techo crujiera encima de ellos con un sonido que no olvidaría jamás.
—¡Isela, cuidado! —gritó, o creyó gritar. Su voz se perdió entre el estrépito.
Una nube de polvo la envolvió. El mundo se volvió blanco, luego gris, luego negro.
Cuando recuperó la conciencia, lo primero que sintió fue el peso.
No un peso metafórico, un peso real, aplastante, como si el edificio entero hubiese decidido caer justo sobre ella.
Intentó mover las piernas, nada. Intentó mover los brazos uno, apenas, unos centímetros. El otro estaba atrapado bajo un bloque de concreto caliente, vibrante, que seguía desprendiendo partículas.
Tragó saliva y la garganta le ardió con la misma