Siete de la mañana.
—Lucas...Lucas—Intentaba despertarlo agitando su hombro—¡Lucas!
—Queeeeé—respondió con pereza.
—Ya es de mañana.
—¿Y?
—Recuerda que estamos en una casa ajena y que ya casi está por regresar la propietaria legal.
—¿Y?
—¡Qué te levantes y te vistas ya!
—Sí, mi amor.—Acomodó la almohada debajo de su cabeza—En un momento me levanto.
—¡Lucas!
—Cinco minutos más, te lo juro—respondió y me dio la espalda.
Decidí no darle mucha más importancia a la vagancia de mi novio. Torcí los ojos y soplé sobre un mechón de cabello que andaba estorbando delante de mis ojos. Me levanté de la cama envuelta en una de las blancas y suaves sábanas.
Abrí la puerta del cuarto sigilosamente. Tengo que admitirlo.
No habría sido apropiado, ni agradable que