El amanecer en Theros parecía, a simple vista, una continuación del día anterior: silencioso, dorado, e impregnado de olor a humo viejo. Pero bajo ese velo de normalidad, los engranajes del peligro giraban con precisión mortal.
Violeta, con las manos aún vendadas por las quemaduras del incendio, se sentó frente a un mapa extendido sobre la gran mesa de la Sala del Norte. La tinta fresca trazaba los caminos antiguos del reino, y marcaba con un círculo rojo un nombre: Valerian.
—¿Estás segura de esto? —preguntó Leonard desde el umbral. Sus ojos, sombreados por la preocupación, se posaron sobre ella.
Violeta no respondió de inmediato. Sus dedos tocaron la esquina del mapa como si necesitara anclarse a algo físico para no caer en el abismo de sus propios pensamientos.
—Si Arabella quiere atraparlo… es porque él aún está vivo. Y si está vivo, entonces el silencio que rodeó mi infancia fue una elección… no una tragedia.
Leonard se acercó, tiró de una silla y se sentó junto a ella. El silenc