Capítulo 135

Un delicado roce por su piel recorriendo su brazo como un susurro y unos suaves toques con lánguidos besos en su oído, la dan un suave despertar. Primero comienza a desperezarse ya ronronear sin siquiera abrir los ojos, luego sonríe a sentir que los pequeños toques de labios viajan detrás de su oído y el aliento caliente le estremece desde esa zona hasta la punta de sus pies.

—Despierta, dormilona —le susurra al oído—. Hay algo que quiero mostrarte —aprieta con sus labios el lóbulo femenino provocando que un gemido ahogado se escape de lo profundo de su ser y eso a él le hace sonreír.

—¿Dormilona? —pregunta Sofi divertida abriendo los ojos, se gira para quedar frente a su hombre—. Si no me has dejado dormir casi nada —se queja en burla.

—Como si te hubiera importado —suelta con arrogancia Ian.

—¿Qué quieres mostrarme? —curiosoa abriendo los ojos para clavarnos en los de él.

—El amanecer —murmura con voz ronca.

Le planta un sonoro beso en los labios para luego tomarla de la mano y obligarla a levantarse de la cama. Ella estando a un paso detrás de él, lo observa con detenimiento y se da cuenta que hace rato que está despierto y de seguro también levantado, ya que se encontró vestido con el pantalón de vestir y una camisa. Es en ese momento, antes de cruzar el umbral de la puerta, que se da cuenta que ella esta como Dios la trajo al mundo, desnuda por completo.

—Espera —chilla tirando de la mano de él y clavándose en el suelo.

— ¿Qué pasa? —pregunta mostrando preocupación.

Sofi sonríe, Ian no se dio cuenta que ella está desnuda, estaba muy ansiosa por llevarla a ver el amanecer que no se había percatado de cómo se encontraba ella.

—No puedo salir así —le señala su cuerpo desnudo con un movimiento de cabeza. Es ahí cuando él la mira con detenimiento y con sus ojos azulados recorre todo el cuerpo femenino, de pies a cabeza, deteniéndose en lugares específicos más de la cuenta, ladeando la cabeza y sonriendo de costado. Esto hace que la joven se ponga nerviosa y se sienta expuesta, jamás va a acostumbrarse a la manera en que él la mira. Como si le estuviese mirando el alma—. Ian.

Él carraspea al darse cuenta que perdió el norte en ese cuerpo y la mira a los ojos sin dejar de sonreír, pero su sonrisa se hace más amplia al ver que tenía las mejillas sonrojadas.

— ¿Todavía te avergüenzas? —cuestiona negando con la cabeza, divertido.

—No es gracioso. Me haces sentir desnuda cada vez que me miras de esa forma —le confiesa.

—Sofi —entona acercándose de forma despreocupada a ella—, estas desnuda —le susurra a centímetros de sus labios.

—Pero cuando no lo estoy también me haces sentir así. Es como si estuvieras viendo dentro de mí.

—Casi puedo hacerlo —declara posando una mano en las caderas de ella y pegándola a su cuerpo.

Con la mano libre acomoda un mechón rebelde detrás de su oreja y le besa la frente quedándose suspendida en ese lugar unos segundos de más. Luego besa la mejilla izquierda, la clavícula y, por último, pero no menos importante, sus labios. Esta vez, no es solo un toque, si no se adentra en la boca femenina usándola como una tabla de salvación. La mano que la tenía aferrada a las caderas de ella, comienza a acariciar la columna de la chica con la yema de su dedo índice. Ian puede sentir como se le eriza la piel. Se obliga a detenerse antes de llevarla de nuevo a la cama y hacerla suya otra vez. Respirando profundo separa sus labios de los de ella y apoya la frente contra la de Sofi.

—Es mejor que nos apuremos, no quiero que te lo pierdas —susurra al tiempo que abre los ojos.

—Sigo desnuda —le recuerda y él sonríe; Otra vez lo había olvidado.

—Yo me encargo —le dice separándose para acercarse hasta el sofá donde reposa su saco—. Diez.

—Gracias —articula, mientras toma el saco de su mano.

En cuanto Sofi estuvo vestida, en realidad tapada, ya que solo llevaba el saco de su hombre, la volvió a tomar de la mano y la instó a caminar hasta fuera del camarote. Sin soltarle la mano, sin separarse demasiado de su cuerpo la guía hasta la proa para poder apreciar el amanecer.

Una vez que llegaron, la colocó delante de él y pegó la espalda de ella a su torso con fuerza, envolviéndola con sus brazos para brindarle calor; apoyó su mentón en el delicado hombro de Sofi, fijando su mirada en el horizonte, deleitándose de la mezcla de colores que le regalaba el amanecer y el aroma que emanaba del cuerpo de ella.

Ambos se encontraban absortos en la salida del sol. Grabando en sus retinas como la noche se hacía día, como el anaranjado de los rayos de sol se mezclaban con el beige del río, convirtiéndose en un color difícil de nombrar.

En cuanto el sol se terminó de alzar en todo su esplendor, Ian calcula que ya era hora de dar a conocer su próxima sorpresa, antes que cada uno deba volver a sus responsabilidades laborales.

—Mírame, Sofi —La gira dejándola frente a él para buscar sus ojos, los cuales brillaban con diferentes matices de verde, por el resplandor del sol—. Observa mi rostro y mis ojos. Verás un mar de pasión, un deseo ardiente, una mirada de emociones y sentimientos. Encontrarás en mi mirada un nombre —La besa con suavidad—. El tuyo —murmura sobre su boca.

Ella le sonríe con lágrimas anidadas en sus ojos, por el amor que Ian le estaba demostrando.

—Ian—musita.

Él la hace callar robándole otro beso.

—Vamos —enuncia.

—¿A dónde? —curiosa la joven.

—Ya verás —se limita a decir y comienza a caminar tirando ella para que lo imita.

Sin siquiera objetar nada, lo sigue, sabe bien que Ian no va a decirle nada, por lo tanto, no tiene caso preguntarle alguna cosa. La lleva dentro de la habitación y la hace parar en medio del lugar. Con una intensa mirada clavada en los ojos de su mujer, le quita con lentitud el saco, dejándolo sobre la cama, luego se gira y busca el vestido de Sofi, que yacía sobre el sofá de forma despreocupada. Con le suavidad indica que levanta los brazos y comienza a deslizarle vestido tocando apenas, de manera susceptible la suave piel con las yemas de sus dedos, hasta dejarlo caer envolviendo ese cuerpo que él conoce a la perfección. En ningún momento perdieron el contacto visual, estaban conectados el uno con el otro. Ninguno de los dos contaba con el valor para girar la vista.

El rubio busca los zapatos, se acuclilla ante ella para colocárselos bajo la atenta mirada de Sofi que admiraba cada movimiento que hacía.

Cuando la tuvo vestida y cubierta, la sacó de ahí para ir a su próxima sorpresa. Habían llegado al puerto y solo restaba caminar unos metros para llegar al flamante auto que los esperaban desde la noche anterior.

Bajo un cómodo silencio se internaron en las calles de Buenos Aires con un solo propósito.

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