—¿Nonna? —Se hace presente la voz preocupada de Sofi, al verlos a los dos sentados uno frente al otro.
—No te preocupes, Sofi, vayan a divertirse —Se levanta y camina hasta ella, le besa la mejilla y asiente hacia Ian—. Hasta luego, señor Russel —saluda mostrando respeto dejando tanto a Sofi como a Mateo anonadados.
— ¿Qué fue eso? —pregunta Sofi con asombro.
— ¿Fue abducida por los alienígenas? —Pregunta Mateo con diversión, haciendo reír a Ian y provocando que Sofi le lance una mirada con fin a regaño.
—No fue nada. Vayamos a desayunar, que muero de hambre.
El rubio se levanta del sofá, camina hasta quedar frente a Sofi y le regala un dulce beso en los labios haciendo que se olvide de su abuela. Él le sonríe de costado y ella le devuelve con una sonrisa tímida. Ian posa su mirada hacia arriba, mirando por encima de las escaleras, Sofi mira hacia ese lugar, pero no había nada.
—¿Qué? —pregunta desconcertada.
—Quiero conocer tu habitación —suelta sin más.
Sofi arruga el ceño, confundida.
—Ian…
—No de esa forma, Sofi —se carcajea ante la mirada atónita de ella y la vergüenza que se estaba tornando en el rostro de la joven—. Quiero conocer algo de tu intimidada de niña. ¿Me llevas a conocer tu habitación?
—No entiendo mucho lo que dices, pero supongo que si podría mostrarte mi habitación.
—Genial —mira hacia Mateo—. ¿Podrías esperarnos en la sala?
El niño se eleva de hombros y camina hacia la sala en donde se acomoda en uno de los sofás. Ian y Sofi suben las escaleras hasta llegar al cuarto de la joven. Ella abre la puerta y se hace a un lado para que Ian pueda pasar.
—Mi abuela no ha tocado nada desde que me he ido —le hace saber.
Ian no se sorprendió por nada en ver el cuarto de Sofi, todo ordenado, con libros de novelas románticas, varios adornos de tonalidad rosa, pero en una pared un cartel le activa su curiosidad, por lo que la mirada sonriendo.
—¿En serio?
—¿Qué? Tenía quince años, era una de mis películas preferidas.
—¿Entrevista con un vampiro? —Ian se estaba divirtiendo con los gustos de su chica—. ¿Vampiros, Sofi?
Ella solo rueda los ojos y no dice nada más, ni siquiera le iba a confesar que, una de sus series favoritas de la época también es de vampiros. ¿Acaso tenía alguna obsesión con los vampiros y no era consciente?
Ian escarba más en la intimidad de Sofi y comienza a abrir los cajones de su cómoda, al abrir el tercer cajón se queda por unos largos segundos mirándolo sin decir nada mirando la prenda que le había llamado la atención.
—¿Ian?
El joven toma la prenda con sus manos y se gira hacia Sofi.
—¿De dónde lo sacaste? —pregunte con seriedad.
Sofi observa la camisa blanca con la marca amarilla, lugar donde una vez estuvo manchada con sangre.
—Ya ni me acordaba de eso —Sofi da unos pasos hacia él—. Fue hace mucho tiempo, un chico que conocí me la dio.
— ¿Cómo se llamaba ese chico?
Sofi agacha la cabeza un poco avergonzada.
—No lo sé.
—¿No lo sabes?
-No. Nunca me dijo su nombre —Ella observa que Ian inspira profundo y podía notar cuanta inquietud había en sus ojos—. ¿Qué ocurre? ¿Por qué me preguntas sobre una camisa vieja?
—Puedes contarme un poco más sobre como la obtuviste, ¿por favor?
—Solo dime que ocurre.
—Por favor, Sofi.
Ella suspira y decide darle el gusto.
—Me había ido de vacaciones con mis padres a Ibiza, estaba en la playa leyendo…
—Orgullo y prejuicio —murmura Ian.
—¿Cómo lo sabes?
Ambos se quedaron mirando sin decir nada, Sofi tenía una sospecha, pero era imposible, las casualidades no existían. No podía ser.
—Nunca supe tu nombre tampoco —esboza Ian en voz baja.
—Entonces…
—Sí —El joven comienza a reír como un histérico—. Me quemaste la cabeza aquella vez, no podía dejar de pensar en ti y ni siquiera saber cómo actuar delante de ti, nunca pregunté tu nombre, jamás pude —vuelve a reír—. ¿Quieres saber qué más?
—¿Qué?
—Me sigue volviendo loco, Sofi.
La joven se lo queda mirando embelesada, ya lo conoció, ya lo había visto, ya se había enamorado de él una vez. Y lo volvía a hacer, se volvió a enamorar, a pesar de todas las vueltas de la vida, encontraron la manera de volverse a ver y, esta vez, saben sus nombres.
Ian deja caer la camisa vieja al suelo y se abalanza hacia Sofi, la toma del culo y la eleva del suelo; la lleva contra la primera pared que encuentra, o algún mueble, no está seguro, solo sabe que quiere sentirla, retenerla y no dejarla ir nunca. Besa con fuerza su boca, su cuello y vuelve a su boca queriendo más de ella, queriendo todo de ella. Cuando sus pulmones reclamaron por aire, se aleja solo unos centímetros, apoya su frente en la de ella y, sin abrir los ojos, sonríe.
—Es una locura, Sofi.
—Lo es. Eras tú, Ian —musita dejando caer una lágrima, que no era de dolor, sino de alegría, de amor, de incredibilidad.
—Ahora sé tu nombre —bromea para luego atracar su boca de nuevo—. Me voy a casar con la chica que me hizo perder la cabeza en mi adolescencia —Se aleja un poco más de ella—. Cuando se lo cuente a mi primo, no me lo creerá.
—Es verdad, estabas con él ese día.
—Y con Erik.
—Siento interrumpir —habla Mateo desde la puerta de la habitación haciendo que ambos salten y se separen con velocidad—, pero tengo mucha hambre —Los jóvenes se ríen—. ¿Qué?
—Nada, vayamos a comer —dice Sofi yendo hacia él.
Los tres salen de la casa, para adentrarse al auto, con el chófer que ya los esperaba. Ian le indicó el lugar destinado y partieron hacia allí, en un cómodo silencio, acortado de vez en cuando por sugerencias de Mateo.
Cuando llegaron, Ian bajó la canasta que había preparado bajo la atenta mirada de Sofi. El rubio le pidió al chófer que volviera a la casa, que ellos iban a volver por su cuenta, el chófer renuente a dejar a Sofi sola, buscando y desapareció del entorno visual de ellos.
Ian tomó la mano de Sofi y la instó a caminar, los tres llegaron a la orilla del río y se acomodaron sobre una manta, que tendió Ian, bajo un árbol.
—Este desayuno también va a servir de almuerzo —suelta Sofi al ver la cantidad de comida que Ian acomodaba sobre la manta.
—El desayuno es la comida más importante del día —le hace saber Ian.
—Te lo tomas muy en serio, ¿verdad? —Sonríe la joven.
—Podría decirse —esboza elevando los hombros con despreocupación.
—Mientras haya cereales y miel, por mí no hay problema —remarca Mateo.
—Se lo que te gusta —apunta Ian.
— ¿Cómo encontraste este lugar? —quiere saber Sofi.
—La recepcionista del hotel me habló de aquí —Sofi lo mira entornando los ojos y él le sonríe—. Le pregunté sobre algún lugar para comer al aire libre, al principio, pensé de algún restaurante con terraza, ella me nombró un par, pero cuando le expliqué un poquito más, me comentó de este lugar —se eleva de hombros—, y me pareció más adecuado que ir a un restaurante.
—Mas adecuado para qué? —pregunta ella.
—Para desayunar —suelta sin más. Le sirve una taza de café con un chorrito de leche a ella y luego, un tazón de cereales con miel a Mateo—… además, para otra cosa —entona antes de llevarse la taza de café a la boca.
—¿Para otra cosa? —repite Sofi.
—Para otra cosa.
—¿Para qué otra cosa?
—Desayuna —le ordena Ian.
—No me vas a dejar con la intriga —suelta Sofi dejando la taza sobre la manta.
—Cuando termines te lo diré —le señala la taza, pero ella no la toma.
—Ian…
—No, Sofi, no seas curiosa, ni mucho menos caprichosa. Cuando acabemos de desayunar voy a zacear todas tus curiosidades, antes no —zanja rotundamente el tema.
Sofi resopla y toma la taza a regañadientes, mientras Mateo sonreía por el comportamiento infantil de ella.
Terminaron el desayuno bajo una charla amena, en la cual participaban los tres, hablaron de sus familiares, amigos y asignaciones pendientes y no tan pendientes. También hablaron de trivialidades, cosas sin la menor importancia. Ian se encargó de desconcentrar a Sofi sobre lo que era "la otra cosa", pero ella no se olvidaba, su curiosidad era mucho más fuerte que saber sobre el trabajo de Ian. Sin darse cuenta, con charla de por medio, terminaron toda la comida y varias tazas de café. Las horas habían pasado, ya eran pasado el mediodía. Por lo que no necesitaban tener un almuerzo, como había predicho Sofi, el desayuno sirvió de almuerzo.