Lo único que veía a mí alrededor era un laberinto interminable. Los pasillos eran estrechos y tan oscuros que apenas podía ver algo, con paredes que parecían cerrarse con cada paso que daba, intentando aplastarme.
Tic. Tac. Tic. Tac.
Corría a toda velocidad, sintiendo que el corazón estaba a punto de salirse por mi boca. La desesperación me consumía por dentro.
No te detengas, Cassia...
Era un sentimiento extraño de que algo me perseguía, algo inmenso, una sombra que nunca me tocaba, pero que estaba allí, recopilando cada paso, respirándome en la nuca. Esperando el momento adecuado para atacar.
El aire me quemaba la garganta y el pecho subía y bajaba con fuerza, pero no podía detenerme. Si lo hacía, entonces él... No.
Lo escuché antes de verlo. Su voz. Su maldita voz. Esa que había jurado olvidar, pero que en mis peores pesadillas se apreciaba como un látigo, golpeando mi espalda, rompiendo mi piel en miles de pedacitos.
Y entonces me detuve cuando aquella conocida canción resonó des