La ira inundó las facciones de la recién llegada, que se acercó con fiereza.
—¡No eres más que una oportunista que se quiere aprovechar del buen nombre de nuestra familia!
Brianna se levantó, con el ceño fruncido; pero antes de que pudiera decir nada, Evan se paró delante de ella y, con gesto furioso, miró a la intrusa y le espetó:
—¿Quién te crees que eres, eh? ¡Maleducada! ¿No se supone que eres una adulta? Compórtate como tal.
El arrebato del niño tomó por sorpresa a la castaña, y afuera las secretarias, congregadas en piña observando el espectáculo, no tardaron en comenzar a cuchichear, lo que la molestó más que antes.
Se puso las manos en la cintura y miró al rubio con asco.
—¡¿Y quién te crees que eres tú, enano maldito?! ¡¿Qué hacen ustedes aquí?! —Entonces volteó y gritó—: ¡Seguridad! ¡Seguridad, saquen a esta gente de aquí! ¡Llamen a seguridad!
Las secretarias se miraron las caras, vacilantes, y una de ellas dio un paso adelante.
—Señorita Beresford. La mujer y el niño llegar