GEMA
No pude dormir en toda la noche, dando vueltas a la misma idea. Estaba excitado, muy excitado —lo podía percibir en su aroma— y, aun así, me dijo que no. Me siento triste—y un poco enfadada—, pero no por el rechazo en sí; la tristeza viene de darme cuenta de que aunque él pueda sentir atracción, jamás se permitiría estar conmigo, ni siquiera sexualmente…
¿Le resultará humillante estar con alguien como yo?
Leonardo nos llama a todos y no tardo en presentarme en su despacho. Hace un repaso de las tareas y misiones que hemos realizado en los últimos días y cuando termina, me mira, y, con tono autoritario, dice:
—Gema, quédate.
—¿Me quedo yo también, señor?—dice la Bel cotilla.
—No. Tú no.
Noto una mirada en mí y cuando voy a mirar de vuelta Eugenio vuelve la cabeza rápidamente en un intento de disimular que me estaba observando.
No le doy importancia.
Todos se van.
Como siempre, me mira demasiado, con esa intensidad que me hace sentir incómoda y mi cuerpo se pone