Los niños vaciaron sus calabazas de plástico en la mesa de la sala y los dulces cayeron por los costados, eran muchísimos.
—Terminarán con caries —se quejó Mahika—. ¡Son muchos dulces!
—Es que aprendimos a usar a Emery —explicó Joanne con autosuficiencia—. Se derretían de ternura con su timidez y nos daban un montón de dulces, ¿verdad, Lea?
—¡Sí! ¡En una casa nos dieron muchos conejos de chocolate! —gritó la pequeña—. ¡Gracias, Emery!
Emery aplaudió, tomó un conejo de chocolate y preguntó a su papá:
—¿Puedo comerlo?
Matthew suspiró resignado.
—Está bien, aunque no deberían comer tantos dulces tan tarde…
Los niños lo ignoraron. Empezó la hora de devorar los dulces.
Alessia, Matthew y Mahika se sentaron en uno de los sofás para acompañar a los niños y conversar. No obstante, Matthew tuvo que apartarse cuando recibió una llamada de Renaud y salió al balcón a contestar.
—¿Qué sucede? —preguntó Matthew.
—Ah, claro, hola, hermano, ¡feliz Halloween para ti también!
Matthew puso los ojos en