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Daniel y Selena nos invitaron a visitarlos. Ellos vivían en Chicago. Trabajaban en el mismo bufete de abogados constitucionalistas, tenían dos coches de último modelo. Sus hijos tenían todo lo que necesitaban y deseaban. Esperaban lo mismo que los padres de Darren, que sus hijos decidieron seguir el legado de los Milles. Eso me había chocado un poco, pero no dejé que me salieran los comentarios justicieros. No eran mis hijos ni tampoco estaba casada con Darren para tener una opinión. Solamente me dediqué a escuchar al matrimonio, ambos tenían treinta y dos años.

—Asique eres enfermera—dijo Selena cuando nos quedamos a solas en la cocina.

—Sí, en quirófanos. Salvé la vida de Tom.

—¡Eso me sorprende demasiado! ¡Todavía no lo creo!

—¿Qué pueda salvar vidas?

—¡Ay, no, linda!—dijo ella sonrojándose como su pelo rojo fuego y sus ojos grises como el hielo del Atlántico. Tenía una expresión dulce y bondadosa—Es decir, no había oído nunca que una enfermera lograra dar tan buenos criterios a u
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