**Po'v Adrián Salvatore**

El jet privado despegaba de Milán con un rugido suave de los motores, las luces de la ciudad apagándose debajo como estrellas cayendo al vacío, el cielo nocturno infinito negro salpicado de nubes lejanas. Yo iba a Estados Unidos para cerrar una negociación importante con accionistas de mi cadena hotelera —hoteles de lujo en Nueva York, Miami, Las Vegas, expansión millonaria contra rusos robando rutas—. Isabella no venía; insistí que era viaje corto, estrictamente negocio, dos días máximo o uno si fluía. Pero llevaba a Caroline Mejía, mi asistente peruana ambiciosa, voz suave como miel envenenada, sonrisa peligrosa que ocultaba colmillos.

En la mansión esa mañana, caos organizado: maleta pequeña lista, traje gris impecable, corbata negra. Isabella en bata de seda, pelo revuelto de cama, ojos tristes: "Amor, ¿tengo que viajar hoy mismo? Todo se adelantó, coño".

"Pero ¿cómo así? ¿Y cuánto vas a durar?", preguntó ella, brazos cruzados, tetas marcadas bajo tela fi