Ella inclinó un poco la cabeza, y lo miro con una mirada burlon.
—Mira, todavía tienes las marcas esas de chupones en el cuello de la otra.
Su voz era cortante, sin emoción.
—¿Todavía tienes alguna razón para negarte al divorcio?
Sus ojos llenos de desprecio.
—Un perro como tu… pues no, no gracias.
Esas palabras salieron de su boca bien afiladitas.
¿Acaso ella se equivocaba en algo?
Quién sabe en qué cama se había levantado, con el cuello marcado por la otra, y todavía tenía el descaro de decirle que no la dejaría ir.
¿Con qué derecho?
Luca apretó los dientes, se llenó de furia.
—¿Yo soy un perro? ¡Como si tú fueras tan santa!
Su expresión y su voz se hicieron más amenazantes.
—Seguro ya te acostaste con ese tipo que te regaló el vestido, ¿no? Si no, ¿por qué habría pagado el traslado de tu mamá y del inútil de tu hermano a otro hospital?
Se acercó un paso más, su voz llena de odio.
—Déjate de tantas bobadas, Clarissa, ¿quieres divorciarte de mí solo para