Clarissa abrió los ojos y vio que Giovanni ya estaba vestido y sentado al lado de la cama.
Como era domingo, no llevaba traje. Solo una camisa y un pantalón.
Sus largas piernas, cruzadas con elegancia natural, desprendían un aire sereno y atractivo.
En ese momento, sus dedos delgados se posaban suavemente en su nariz. Y su piel tenía un aroma fresco y agradable.
Clarissa se sintió apenada.
—¿Por qué te levantaste tan temprano? —dijo con la voz algo amortiguada bajo las sábanas.
—Tengo que ir a casa de los Santoro un momento —respondió Giovanni, y al verla toda envuelta, tiró suavemente de la sábana hacia abajo.
Clarissa se aferró a la manta, metiendo la cabeza debajo, avergonzada.
Había notado que Giovanni no había dicho que iba a casa de sus abuelos, sino a la de sus padres.
Intuía que quienes lo habían forzado a ir a esa cita la noche anterior eran sus padres, no sus abuelos. Seguro que Giovanni no les dejó una buena impresión y ahora querían reprenderlo.
—¿Te van a regañar?
No pudo